Ha sido una experiencia diferente. Vivir un festival de cine desde un sofá, como si formaras parte de un jurado y el acumule de series de Netflix durante la cuarentena te hubiera abierto un apetito de cosas más alternativas e imprevisibles.
Han sido mil horas de Festival de Cine de Sant Joan, 1000 horas de cortos de todos los géneros, lenguajes y colores. Inspiradores todos los que desde mi ignorancia cinematográfica he podido ver y que en estos momentos en los que la luz emerge tras casi 80 días de encierro forzado, se agradece que directores imaginativos y, en el mayor de los casos, sin presupuesto, te muestren realidades diversas vistas desde el objetivo de sus cámaras.
El palmarés bastante atinado desde la subjetividad lógica de estos casos, deja nombres como Irene Moray, Luisa Gavasa, Javier Macipe… o el excelente trabajo que la escuela de cine de la UMH está haciendo.
Particularmente, me quedo con «Las Niñas Terribles» de David Orellana que se llevó el Ficus de Plata o «Después también» de Carla Simón que aunque no tuvo premio, merece mi particular mención.
En fin, que para gustos los colores. Lo innegable es el aplauso para el triunvirato de locos que cada año nutren de buen cine al Poble de Sant Joan. Ya que no hemos podido pisar la alfombra roja, al menos, que la virtual, se la pongan a ellos y que duren mucho tiempo el Festival, la Filmoteca y todo lo que se les ocurra poner en marcha.
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