Abres el periódico y 3 titulares te llaman la atención: «Se retira Ashleigh Barty, número uno del tenis, con 25 años», «Agresión brutal a una niña de 11 años en Benejúzar» y «suben los precios, sube la vida».
El oficio de periodista, militante, cultural, tiene muchas aristas. Una de ellas es preocuparse por las personas que están al otro lado del texto. Otra, tratar de influir en la solución de algunos problemas que dificultan ya no solo el desarrollo de mi trabajo, sino el de la cultura de esta tierra y el de la vida en general.
Así, hace unos días, cuando el adolescente de Elche se cargó a su familia, aproveché la búsqueda de colegio para mi hija, para hablar con unos cuantos adolescentes, que furrulaban por los patios de los institutos.
¿Cómo os divertís? – era la pregunta más recurrente. En esas edades, el entorno hace mucho. Pero entre caladas de cigarros, ensoñaciones de botellones y algo de deporte, los chavales me hablaron de cosas que a mí me suenan a chino: Ibai, el Fornite, el Trap, el Tik Tok… Al digerirlo, me di cuenta de que su diversión gira, básicamente, en torno al móvil. Diría que tienen una dependencia atroz de lo que pasa por sus pantallas. Con el consiguiente empapamiento de cookies y otros asuntos peliagudos de pensar que son mayores de edad para determinadas cosas.
Así que en la segunda visita, la pregunta fue: – ¿Cuánto tiempo pasas pegado a un móvil? – La media (y pensad que es una encuesta a pie de patio) fue de cinco horas al día. Lo más llamativo es que al preguntar por filtros de contenido, todos, sin excepción, se quedaban con cara de bobos, asumiendo que, sin ellos saberlo, su libertad de movimientos estaba cohibida por algoritmos, cookies y publicidades maliciosas.
Al preguntar por ello a mi socióloga de cabecera, empezó a diseccionar una serie de comportamientos en pleno estudio, relacionando el uso del móvil, con el aumento de agresividad, la reducción de horas de sueño, los problemas de comunicación padre-hijo, profesor-alumno… que unido a la pubertad y al problema de gestionar realidades como la pandemia, la guerra, la aparición de Vox y otras putadas existenciales típicas de la edad, nos deja un cóctel de posibilidades para que las mentes más débiles acaben cometiendo locuras como las que luego saltan a los titulares.
En mi entorno cercano, convivo con muchos profesores de instituto. Unos más implicados que otros. Pero todos coinciden en la necesidad de ocupar el tiempo de los adolescentes. Buscar fuentes que alimenten su curiosidad. Y sobre todo: MOTIVARLOS. Surge la opción del deporte, y vamos al primer titular, el de la número uno que se retira. Hay una fin línea separando el juego de la presión impuesta de ser el número uno desde que tienes 10 años.
Vuelvo al instituto: -¿cuántos de vosotr@s practicáis algún deporte? Muchos responden rápidamente: – no tengo tiempo para eso – (pero sí cinco horas para el fornite…), otros hablan del fútbol o el baloncesto como un trámite que acaba con 8 o 10 años. Me impacta una chica, de apenas 13, que dice que la echaron del equipo porque no daba la talla… con 11 años. Y otro chico me habla de dos primos suyos, uno que está en Barcelona, en la Masía, entrenando, estudiando y aislado de la realidad de sus coetáneos. Y el otro en un centro de alto rendimiento en Valencia. Ambos lejos de sus familias, pensando en un futuro que puede o no llegar.
Para alguien como yo, que practicó fútbol, balonmano, baloncesto y atletismo hasta los 14 años (en ligas escolares) y luego se decantó por el fútbol, sin necesidad de salir de su pueblo, lo que me dicen me descoloca enormemente: ¿no hay orden? ¿no hay ganas? ¿es culpa de las escuelas? ¿de la diputación? ¿de las demandas de los propios jóvenes?
Me duele que no haya una especie de pelea personal, revelándose contra lo establecido. Desde fuera, limitarse a la opción tiktoker no suena tan «monetizable» como piensa una gran mayoría. Sus referentes son «gente con suerte» como Ibai, el Rubius, Rosalía, Don Patricio… y aunque muchos portan pulseras con la bandera española, no tienen un vínculo socio-cultural demasiado arraigado con la tierra en la que viven. Trasladan vítores de sus padres en el hecho de que el valenciano es una imposición, hablan de las Hogueras como una juerga y suenan campanas del cambio climático, de la inmigración… pero más como un gif de móvil, que como un problema al que ellos estén poniendo solución.
Si el deporte no se practica, la cultura menos. Hay alguna que rapea, otro que quiere montar un grupo (aunque no tenga conocimiento alguno de solfeo, ni haya tocado instrumentos), están las que dejaron la danza porque les aburría, o las que ahora bailan bailes urbanos, porque sí que les gustaba, pero el ballet no tiene cabida en su realidad. Se ríen de una poeta aficionada, el teatro se limita a una visita organizada por el cole al Arniches y para leer, ya no hay tiempo, tampoco, o es una obligación de la clase de literatura.
El sexo no es ningún tabú. Los más farrucos dicen haberlo practicado. No se esconde, ni parece un problema (como pintan algunos medios) el hecho de ser bisexual, homosexual… incluso «asexual». Otra cosa es la violencia de género, o que esa libertad que usan para autoencasillarse, se traslade a sus comportamientos de pareja. No están en la edad de vivirlo, pero sí de trabajarlo. Y no vale con una charla feminista al año. Hay prácticas, que de cara a la vida son más importantes que algunas de las materias que estudian.
Como siempre pasó, tienen un importante cacao con lo que les llega de la política. La poeta, con una mente algo más desarrollada, tira de ironía apostillando que «la política son los padres», el rapero le desdice, – No, aquí la política es la profesora de historia ¡qué pesada! – Aunque están en edad de saberlo, o de investigarlo, no tienen muy claro quien es Franco, ni Marx, ni Engels, ni Hitler, ni Lenin, ni Stallin… si preguntas por Pedro Sánchez, unos te hablan del jugador del Hércules, y otros trasladan lo que se habla en sus casas de una manera inocente, pero preocupante. De hecho, es curioso que siendo seres tecnológicos, no usen sus dispositivos para informarse, leer, buscar… resulta llamativo que para unas cosas «odien» a sus padres, y para otras sean dignos herederos de lo que el día a día les inculca.
Quizá por eso, ante la pregunta, ¿cuál es tu mayor problema? el abanico vaya del quedarme sin wifi, a que la luz esté tan cara que no pueda cargar mi móvil, pasando porque el Barça se recupere, o mi padre me castigue y me deje sin Fornite.
Al volver a casa, hice un poco de autocrítica. En la agenda cultural apenas hay planes para la horquilla de edad que comprende los 12 y los 20 años. Lo que hay, no es demasiado apetecible, por contenido, y porque quizá, con esa edad, necesitan más ejercicios de expresar lo que sienten y llenar vacíos, que buscar alternativas a lo que ya les entretiene de por si.
Por lo visto, la divulgación hay que ponerla a huevo. A diferencia de mi generación, la inquietud ya no es una característica de la mayoría de los adolescentes. Se guían por lo que aparece en sus pantallas, y ahí es donde habría que invertir. No para comerles la oreja, sino para incitarles a que piensen diferente, y utilicen todas sus características (diferentes a las nuestras), para motivarse y que, en lugar de hablar, gestionar, o tratar sus problemas, se dediquen a pegar, se cansen demasiado pronto de las cosas, o se dejen atraer por lacras como el alcohol, las drogas o las apuestas, que tienen más espacio en sus vidas tecnológicas, que todo lo que un padre o un profesor pueda enseñarles.
Yo no soy Jordi Évole, pero se encargaron de dejarme claro que para ellos es muy importante ser escuchados y que se les haga caso. Quizá nos toque perder un poco de nuestro tiempo, que ellos reduzcan las 5 horas de media que dedican a «sus cosas» y encontrar un equilibrio entre deporte, cultura, terapia, aprendizaje y tiempo de calidad.
Es complicado, pero es el futuro. E igual que te obsesiona tu pensión, debería preocuparte qué va a ser del mundo cuando tú te jubiles. Y buscar una alternativa mejor, al suicidio, a las palizas o a los insultos, para todos los que crecen de otra manera más sensible.
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