Romper con todo o preservar el patrimonio. He ahí la gran duda y el debate que, las últimas decisiones arquitectónicas que el Ayuntamiento de Alicante está tomando, están generando en una parte de la población.
La Plataforma «Salvem el Ideal» está encabronada porque el Consistorio alicantino teme un litigio con el Grupo Baraka y ha priorizado aceptar la licencia de hotel desoyendo (quizá por interés político) las últimas voces que, desde Valencia, clamaban el reconocimiento del viejo Cine como BIC. Al final, acabarán haciendo un mamotreto acristalado y de algún color chillón…
El Mercado de Carolinas, se suma a despropósitos como la plataforma ciclopeatonal de la avenida de Elche , la Oficina de Turismo, o el punto verde en mitad del puerto que nos han vendido como Centro de Congresos.
Tenemos lo que nos merecemos. Tiramos por la borda la Concejalía de imagen urbana. Las plataformas ciudadanas congregan a cuatro gatos. Si se abre un proceso de participación ciudadana el «qué hay de lo mío» eclipsa todo lo demás. La oposición no hace los suficiente, y el mal gusto, chabacano y anticuado, de nuestras ilustrísimas autoridades hace todo lo demás.
Ahora es la Plataforma Salvem el Nostre Patrimoni quien ha redactado unas alegaciones ante el proyecto de reurbanización de la avenida de Ramón y Cajal y Canalejas y sometido a información pública. Tildan el nuevo quiosco como «antiestético, de mal gusto y alejado del estilo alicantino.
Hace unas semanas invocábamos al SENTIDO COMÚN antes de sacar a la luz proyectos. Y más si, como este, trata la renovación del Parque más antiguo de la ciudad.
Hablamos de ser una ciudad tecnológica, de pensar en el 2030 y, a las primeras de cambio, nos saltamos las protecciones patrimoniales a la torera, omitiendo la conservación natural, cultural o paisajística que la Comunidad Valenciana exige a todos los proyectos.
¡Joder! que aunque vivas en la otra punta, esta también es tu ciudad. En estos barrios también vota la gente y con toda la nostalgia, derivada de recuerdos de plazas que eran más bonitas antes de las obras que después, de ver que el verde brilla por su ausencia, que la sostenibilidad es una utopía, que se cargan los espacios en los que se podrían hacer eventos culturales para motivar y alegrar al barrio, que los carriles bici no conducen a ninguna parte, que lejos de atraer turistas, las megaconstrucciones estas los espantan, y si los del barrio se escandalizan y los turistas no van, el comercio de barrio se muere.
En definitiva, no hay plan de ciudad, no hay coherencia, no hay gusto estético, no hay oposición que pare los pies, no hay movimiento vecinal que se oponga firmemente a las barrabasadas, no hay conciencia social, anticipación al mal (en vez de nostalgia posterior).
Y sí, somos los reyes de la pataleta, de las matizaciones en lugares equivocados y de la melancolía a toro pasado. Y ¿sabéis por qué? porque si 4 militantes implicados no son capaces de ponerse de acuerdo, cómo pretendéis convencer a 100 o 200 vecinos para que se movilicen, en una ciudad con la idiosincrasia en el culo, que no se ha manifestado ni por el Ideal, ni por Luceros, ni por las termas del Postiguet, ni por nada…
Pues eso. Remitamos escritos y exijamos cosas por lo bajini, sin mojarnos mucho, que cuando nos demos cuenta, en vez de un museo de escultura al aire libre, vamos a tener un mapa de esperpentos compitiendo por ser la ciudad más fea del mundo.
Ejemplos, sobran:
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