Hola, soy una enfermera cultureta que tras muchos días de trabajo interminable tiene un rato para volver a la normalidad.
Me parece curioso que al abrir alicantelivemusic.com me haya encontrado una petición para que os contemos historias cotidianas de Alicante y más que os hayáis inspirado en la serie Modern Love, una de las pocas cosas, aparte de dormir, que he podido ver en los pocos ratos libres que he tenido en los últimos 3 meses.
No soy una gran escritora. Siempre se me dieron mejor las ciencias. Pero si esto remite definitivamente, me comprometo a contaros algunas historias de mi día a día. En general, como vosotros, los días mosqueada, ganan por goleada al resto. Los artistas viven en la incertidumbre más absoluta, pero las enfermeras vivimos en la interinidad interminable.
Los aplausos son muy motivantes, pero igual un contratito fijo y digno después de lo que nos hemos comido no nos vendría mal.
Hoy, para variar, voy a contaros una historia bonita, y si os gusta, os mando alguna más.
Trata de un viejecito que ingresó por Covid 19.
No entiendo muy bien por que no ha sido más palpable lo que la enfermedad ha supuesto. Más allá de números, han sido muchos pacientes pasándolas canutas muchos días. Y lo malo es que lo han pasado solos, bueno, en nuestra compañía, que igual no es la mejor, pero era la única.
Los jóvenes tenían sus móviles, y cuando tenían un rato de lucidez, llamaban a sus familias, a sus amigos y esas cosas que nos entretienen a los jóvenes. Pero la gente mayor dependía de tener buena memoria,para acordarse de los teléfonos, o de la contraseña del móvil del siglo pasado, y de que algún alma caritativa, como yo, hiciera una llamada a sus hijos, o a sus parejas.
Vicente es un abuelo atecnológico. Pero muy simpático. Los enfermos son muy bipolares. Un día ven todo blanco y otro negro. Cuando lo veía claro, se jactaba de que tenía que salir de ésa porque sino su mujer no le iba a dejar pasar la eternidad en el cielo tranquilo. Pero cuando los vómitos y la fiebre lo arrinconaban, no era tan gracioso, ni tan valiente: – Si me muero dile a mi Adela que la quiero mucho – repetía cuando le daba su medicación.
Un día, estaba más allí que aquí. Pero tuvo un ratico de lucidez. Cogí su móvil, busqué el teléfono de Adela y le dije-¿te acuerdas de lo que me decías ayer? Pues díselo tú- . Dejé la puerta entre abierta y Vicente, Adela y yo, nos pegamos una plorera de las buenas. Ellos recordando buenos momentos y yo porque tenía el cuerpo a flor de piel.
Es duro ver una despedida así, tan sentida. Ninguno tenía ganas de colgar, como cuando el amor acaba de empezar, pero con menos hormonas. Lo gracioso, es que la escena se repitió 6 días. 6 ploreras y una enseñanza: conviene recordar los buenos momentos, incluso cuando estás al borde de la muerte. O igual hay que recordar las cosas buenas ahora que parece que no te está pasando algo.
Tengo amigas en Madrid y en Soria, que han vivido muchas historias así que no acabaron bien. Pero Vicente ha sobrevivido.
Cuando le sacaba en su silla de ruedas, el hombre lloraba como una Magdalena. Escuchimizado, sin fuerzas, pero como todos los que se han salvado de ésta con una sonrisa que sólo les ha quitado recordar lo mal que lo han pasado.
Al despedirnos, otra plorera de las gordas. Y entre sollozo y sollozo me dijo, – hija mía, tú y las medicinas habéis hecho mucho, pero lo que me ha salvado la vida ha sido pensar que yo no me podía despedir de mi Adela a través de un puñetero aparatito- .
Lo más curioso es que lo que a mí lo que me la salvó, fueron las ploreras pensando que los finales más vale elegirlos que sufrirlos.
fdo: Dorothea Dix.
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