Cuando veas las barbas de los castellanos cortar, pon las tuyas a remojo….
Desde hace un tiempo, la política ya no data de llegar a acuerdos, sino de cerrarse en posiciones estúpidas que no conducen a nada bueno. Se echan de menos políticos que convivan en un espectro templado que les permita ir de un extremo a otro sin que le cieguen pactos absurdos e inmovilismos que generan rencores que se convierten en venganzas cuando las mayorías corren de un gobernador a otro.
Esta mañana se ha aprobado en Alicante la conocida en la calle como «ordenanza de la vergüenza». ¿Sabéis cuál es el fallo? que, como el otro día demandaba Yolanda Díaz con la Reforma Laboral, nadie se lee los «edictos». O no trasladan lo que en ellos pone a la sociedad. Y luego, unos y otros se atreven a decir que la mayoría está a favor, o en contra, de que se apruebe.
¿Cómo vamos a estar de acuerdo si no sabemos de qué cojones estáis hablando? Unos lo venden como el fin del proxenetismo y la mendicidad, y otros como multas sin ton ni son a los mendigos. Eso sí, lejos de negociar los matices que convirtieran una propuesta cerrada en una discusión, que en estos casos, sería lo suyo, se buscan fotos de manifestaciones, o titulares que algunos medios se apresuran a extender por sus masas sin neuronas.
El político no nos vale como filtro. El medio no es objetivo. Y el resto, por pertenencia, se adhiere a un bando o a otro como si no tuviera la capacidad de pensar, o de al menos exigir, los cómos, los porqués, los cuándos y los qués.
¿De qué va esto? ¿de competir a ver quién es más ignorante? ¿de a ver quién dice la gilipollez más grande? ¿de volvernos locos aprobando cosas para desquitarlas en 2 años?
Alicante, y España, están llenos de políticos mediocres, por no decir malos. Todos tienen su séquito de energúmenos sin capacidad crítica jaleando posturas. Pero en la parte real de la historia hay gente. Personas. Críticos que necesitan la realidad para postularse, para hacer su propio bando, escribir su propia historia, o juzgarla desde su propio prisma.
Yo no necesito presupuestos masticados. Necesito saber qué coño se ha aprobado. No quiero que me digas que me manifieste, si no me dices de qué nos estamos quejando en realidad. No quiero que me saquen fotos contigo. Quiero que si nos quejamos sea porque hay una injusticia. Pero que si tan injusta es, más que dejar claro tu negación, te sientes a convencer, a debatir, a tratar de cambiar los puntos en los que puedas estar de acuerdo y en trasladar tus frustraciones y tus argumentos fielmente al mundo.
La sensación es que quien está en la oposición se limita a decir que todo está mal. Y quien gobierna, aprovecha sus mayorías para decir que el de enfrente no vale para nada. Ambos tienen razón. Ninguna de las dos posturas valen para nada. Porque es imposible llegar a un acuerdo cuando tu programa es contentar sólo a tu parte del electorado. Cuando no hay empatía. Cuando se miente como un bellaco. Cuando nadie tiene los ovarios de poner sobre la mesa la literalidad, todo se convierte en un juego de supuestos, opiniones subjetivas y otras cosas que desacreditan todo lo que los demás podamos decir o hacer.
Y así es difícil romper la desafección por la política de este país. Y peor. Es imposible que la sociedad encuentre los caminos necesarios para evolucionar.
Deja una respuesta