Era el finde del Warm Up, tenía ganas de ver en directo a La Jetèe, No More Knobs y un montón de esas cosas que siempre fomentamos en Alicante Live. Pero el viernes un buen amigo aficionado al Basket me dijo que tenía dos entradas para ver al Lucentum y al Hércules.
– Buff- pensé. Después de casi cinco años aislado de los que otrora fueron mis medios de vida, cuatro horas de deporte en vivo me parecían un mundo. Pero acepté.
No voy a hacer una crónica, porque a estas alturas todo Alicante sabe que el Lucentum jugará en Leb Oro, que el Hércules peleará por subir a segunda, que nadie bebió alcohol en Santa Faz y que Isabel Bartual es la Bellea del foc del 2019.
En general, estas son las partes del periódico que un buen cultureta se salta. Pero tras muchos años de práctica ininterrumpida y otros tantos haciendo crónicas de la Eredivisie y de la Real Sociedad, no puedo evitar interesarme por el fútbol. De hecho, creo que aunque la élite actual tiene un sinfín de cosas prescindibles, la parte deportiva y el sentimiento que genera «el deporte rey» tiene algo que pocas cosas tienen en la vida.
A pesar de Ortiz y de Portillo, no me costó demasiado identificarme con el color blanquiazul del Hércules. La Real será siempre mi primer equipo, por recuerdos, por sentimientos y por filosofía. Pero a veces pienso que uno debe saber adaptarse, en todos los sentidos, a la ciudad que le acoge. Mi pelea la encaminé a la cultura autóctona, pero una integración completa requiere una buena sordera de mascletá, probar unos cuantos arroces, guardar el secreto del tomate con capellán o veranear a 3 kilómetros de tu casa en el centro.
Del deporte me he tenido que enamorar en las sobremesas de radio con Pedro Vera, Carcelén, «el árbitro» y todas esas tertulias llenas de nostalgia. Son un poco picajosos, pero hacen las cosas con sentimiento, algo que no abunda demasiado por estos lares. Podrían poner mejor música en el programa, pero no se puede todo.
Imagino que en el pasado las cosas fueron diferentes, pero a día de hoy no es difícil identificarse con la modestia de Falcón, o pensar que a tipos como Íñíguez o Nani el bronce se les queda cortito. Echo de menos una pizca de cantera y algo menos del lógico dualismo Madrid- Barça que, por desgracia, impera en la ciudad. Tal vez no sea más que otra ratificación de ese chovinismo que siempre decimos que la cultura de aquí necesita, pero mi abuelo decía que «más vale pocos y bien avenidos que muchos interesados sin apego ninguno».
En lo que a directivos y fieles se refiere, el Lucentum le da unas cuantas vueltas al Hércules. Da gusto escuchar a Antonio Gallego y ver la cercanía del entrenador: Pedro Rivero. En el deporte, como en casi todo en la vida, hacer las cosas bien requiere de un buen proyecto y personas que lo lleven a cabo y cuando entras al Pedro Ferrándiz sabes que los que están allí viven intensamente lo que es el club, todos sus vaivenes y comparten una ilusión por el baloncesto, por la ciudad y por los colores de un equipo. Es obvio que elegí mejor día que la decepción del playoff del año pasado. Pero quizá por ese sufrimiento conjunto, la celebración fue más efusiva y la sensación que se nos quedó a todos fue mucho más satisfactoria.
El Hércules, aunque busca más o menos lo mismo, tiene el peso de la historia como hándicap. Hay como una obsesión por subir que tiene a toda la masa social acojonada. Cuando sólo hay una vía de éxito y las otras 10 opciones son un fracaso, sin término medio, la presión es una costante. Y eso se respira desde el primer segundo que pisas el Rico Pérez. Esperemos que este sea el año y que Jona y Benja empiecen a meter los goles que nos devuelvan a donde merecemos estar. A ver si ese aire de sufrimiento acaba siendo una fiesta que revitalice esos aledaños moribundos del estadio y los aficionados, aparte de al partido, vayamos a comer o a tomarnos unas cervezas para volver a vivir el fútbol como lo que es: una fiesta.
Porque como la cultura, el deporte de élite revitaliza las ciudades, genera unos ingresos brutales y une todas esas fracturas del día a día que a veces un gol o una canasta inverosímil cicatrizan. Si queremos una ciudad de primera, necesitamos clubes en lo más alto, niños con casacas del Hércules, bufandas del Lucentum y símbolos que hagan que mojarse por algo merezca la pena.
Yo seguiré prefiriendo los conciertos, las exposiciones o las obras de teatro. Pero desde este pequeño rincón cultural, celebraremos los éxitos de nuestros equipos y, de vez en cuando, repetiremos esta maravillosa experiencia de vivir de cerca una pasión que estamos aprendiendo a compartir. A ver si pronto lo hacemos desde el siguiente peldaño de la escalera.
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