Cuatro años después, me volvió a tocar ejercer la obligación de formar parte de una mesa electoral. Preferiría que me tocaran otros sorteos como la Lotería de Navidad, la Primitiva o el Euromillón. Pero puestos a madrugar un domingo, es preferible tomarse las cosas con humor y aprovechar para conocer, un poco más a fondo, la idiosincrasia de mi barrio actual.
Diversidad es la palabra que mejor define la realidad del entorno en el que yo vivo. Unas diferencias que los analistas pedantes de las televisiones asemejan a un cataclismo que no es tal, cuando ves que detrás de los monstruos de izquierdas, de derechas y de centro no hay otra cosa que personas y que las urnas no reflejan nada más que la realidad del país en el que vivimos. Ese país variopinto con el que los políticos mediocres, que quieren gobernarnos, no se molestan en rozar, de ahí que acaben aplicando políticas que no satisfacen a nadie dando vida a nuevas visiones, nuevas formas de quejarse, abstenciones, votos nulos con zurullos pintados… y otras cosas que se me escapan.
Cada uno tenemos nuestra teoría del territorio que habitamos. Tal vez por eso, me encanta formar parte de esta «fiesta de la democracia». Porque por un lado ratifico la importancia de desarrollar el espíritu crítico al que me dedico cada día y por otro, me acerco y humanizo esas siglas que espantan a los pájaros acomodados en la normalidad de la nada bipartidista en la que vivíamos hace no demasiado tiempo.
Me estoy haciendo viejo y he visto tantas cosas ya, que rara vez me sorprendo con los mensajes apocalípticos que predecían el fin del mundo con Podemos, Ciudadanos… anteriormente con el conflicto vasco, y ahora con Vox y «las catalanadas».
El tiempo pone siempre a cada uno en su lugar. Pero si tuviéramos líderes políticos con más ansia de arreglar que de hacer parecer que arreglan sin, en realidad, hacer nada, todo sería más sencillo.
No hay más que ver que hoy lunes, sólo Albert Rivera ha gritado su «mea culpa», mientras periodistas de otra era y políticos mediocres centran sus iras y atenciones en escandalizarse por 3,5 millones de personas que han abandonado el barco del PP para abanderar una nueva posibilidad de juego en el tablero, en lugar de «darle pal pelo» al egolatra en funciones, al neohipster liberal, o al Coletas que está tardando en ceder el testigo a la madre de sus hijos.
El mapa político de España se parece más a la paleta de Picasso, que a otra cosa. El problema es que los que pretenden pintar el cuadro, no tienen ni el más mínimo gusto, ni inteligencia, para, si quiera, empezar a dar trazos.
Si los tuviera cerca, les regalaría la serie «Borgen» o les invitaría a pasearse por la Euskadi PostETA (por no irnos más lejos), para hacerles ver que el entendimiento es posible, cuando sales de tu endogamia y te tomas los vinos con gente que piensa cosas muy diferentes a las que a ti te pasan por la cabeza.
Los ideales no tienen que ver con los fines y todo es tan simple como asumir que a quien hay que rendirle cuentas es al ciudadano que se levanta a las seis de la mañana para cobrar una puta miseria, y no a sus putos partidos, ni al IBEX 35, ni a idearios que murieron hace más de cien años.
Me decepciona que haya ciudadanos que voten sin saber lo que votan, o voten porque es lo que han votado toda la vida ahora que hay mil opciones diferenciadas por simples matices o carácteres personales de quienes hacen el matiz. Pero en una jornada electoral aprendes desde el punto neutral que te da ver la realidad desde una mesa, que aunque lleven cartelitos identificativos que repelen a sus contrarios, puedes tomarte un chocolate con pasteles con todos, hablar de fútbol con el del PP, de la revista Txantxangorri con el de Podemos, de los avatares de ser autónomo con la de Vox o consolar el desencanto de la socialista que ratificaba, a medida que las papeletas se iban acumulando, que «su líder»había metido la gamba, y bien.
Yo ya he visto ganar y perder a todos. Ilusionarse y decepcionarse a partes iguales. La diferencia entre el que sale a dar el discurso victorioso en la noche electoral y el militante que se acuesta a las mil recontando votos, es que yo prefiero escuchar a los segundos que a los primeros. Que es a ellos, a sus ideas y a su manera de ver la realidad a los que voto, no a esos endiosados paranoicos que pierden la perspectiva cuando el olor a poder les ciega y les aleja de lo que en realidad importa, que no es otra cosa que el día a día.
En el día a día, una de Vox puede tomarse un chocolate con uno de Podemos, uno del PP puede sacarse fotos con uno de Compromís, se puede hablar de política sin hablar de políticos, incluso se puede recuperar un viejo hábito en desuso llamado diálogo que quizá los que ayer hacían ver que estaban eufóricos pueden necesitar. Manuales hay muchos, pero naturalizar la discrepancia puede ser el mejor punto de partida para ver que cuando indagamos, tenemos más cosas en común que diferencias. Ahhh y que no por pensar diferente es gilipollas. A lo mejor, a veces es al revés y no nos damos cuenta.
Ahora solo esperemos no tenemos que volver a votar en seis meses…
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