Parar el tiempo… apagar el móvil… cerrar la agenda… olvidar pagos y cobros pendientes… dejar de pensar… después de seis ediciones, el sexto sentido, al que alude el anuncio en bucle que ponen cada vez que «la trastienda del escenario del Teatro Principal» se abre para un nuevo concierto de #MomentosAlhambra, cobra sentido.
El invitado de excepción: Kiko Veneno. Un tipo que lleva 43 años metido en esto de la música (y eso que empezó tarde).
Desde que las rotativas no cierran antes de la media noche, o desde que no escribo en periódicos de papel, no tenía esa prisa de «instagramer» de contar una sensación. Madi, de Meet & Live, lo definía en la rueda de prensa previa, como una experiencia única. Y hoy, al menos conmigo, lo han conseguido.
Al margen de la magia de subirte al escenario del Principal siendo un don nadie, las luces tenues, el respeto y el petit comité un miércoles de febrero acompañaban a crear el ambiente necesario. Al fin y al cabo, el todo, en este caso, era un tal Kiko Veneno, que sin él pretenderlo, ha puesto música a muchos momentos de mi vida y de la de muchos españoles de bien (y de mal). Justamente por eso, repasar tantas cosas en apenas dos horas… es un lujo que no tiene precio.
La entrevista…
Empecemos por el principio: La Entrevista. Antes de la música, hay un aparte importante que sienta frente a frente al artista y a Jorge (de Corrientes Circulares). El entrevistador enumera fechas, discos, momentos… y el entrevistado, normalmente, mezcla instantes guardados en su memoria con el control de la adrenalina que da la inminencia de desnudarse ante 150 personas.
Kiko se saltó los clichés establecidos y como hace con su música, hizo (y dijo) lo que le salió de los cojones. Como la anarquía, con la que definió su poesía, fue pegando saltos en el tiempo mostrando la cara A y la Cara B de la música. El manido «estar en el momento adecuado en el sitio preciso», en su caso, va un paso más allá. El éxito que los modernos definen como pelotazo, antes se cocía a fuego lento y requería salir mucho, escuchar más y verte en bretes como discutir con los Sex Pistols sobre quien hizo punk primero, o vivir escenas «icónicas» como que el corporativismo de RTVE te deje vestido de Frankenstein en plena cuenta atrás para coger un vuelo, o que el mismísimo Santiago Auserón, compañero de didáctica de caja boba, te salve la vida de músico cuando ya habías tirado la toalla.
Con la perspectiva que da el tiempo la percepción de la miseria, se transforma en proceso, las discográficas tienen su lado bueno, la mujer que ha soportado todo, se convierte en tu mejor crítica y hasta te permites el lujo de que tu hijo, ese a quien en muchos ratos no sabías si ibas a poder alimentar con la eterna precariedad del artista, ponga un incentivo en forma de libro a tu último disco. Seguro que como yo, muchos de los presentes se sintieron identificados con la historia y esperanzados viendo que el tiempo, en realidad, sí que cura más cosas aparte del jamón.
El concierto…
Los que hemos visto a Kiko Veneno en otras aventuras, no teníamos claro qué nos iba a ofrecer en este formato acústico. Las tablas se maceran y, lejos de un amilanamiento, la bajada de intensidad de las luces fue una especie de incentivo para el lobo (López) interior de este tipo peculiar.
Los menos melómanos esperaban un sota, caballo, rey con muchos guiños al «Échate un cantecito» o al «Está muy bien eso de cariño». Pero no, 43 años de carrera dan para mucho más de lo que dos discos, por muy buenos que sean, puedan ofrecer.
Tras un aviso contundente de que las palmas eran un don exclusivo de los andaluces y que no miráramos más de lo debido el móvil, la aventura empezó con un canto al surrealismo: «aparta el corazón de las mangueras». Después se notó que el set list pasaba a un segundo plano e iba tocando lo que el cuerpo, y el público más gritón, le iba pidiendo: un blues, un poco de la nostalgia de los primeros pasos, «ratitas divinas», peticiones del oyente (no el populacho, sino el que ha venido estudiado), recuerdos de la «época oscura», «la leyenda del tiempo», una nueva no prevista: «yo quería ser español»… y sí, también, un rato de guiño más «comercial» con «volando voy», a capela y como despedida, «superhéroes de barrio», «lobo López» o»Joselito».
Compresión de 43 años… Tanto que no tienes porque tocar «echo de menos», «Fuego» o «Memphis Blues Again» para dejar, todavía un mejor sabor de boca. Uno se hace grande cuando se le caen los pelos de la lengua. Los de la generación de la Bola de Cristal nos grabamos a fuego que los mimos y los aplausos hay que ganárselos. Sin embargo, nadie dudó en ponerse de pie cuando el canoso cantante dio la última palmada de «Volando Voy». No por complacencia, sino por el más absoluto de los merecimientos.
El momento… Alhambra
Todo tiene un lado reinterpretable: el artista como tal, las que organizan este sarao, este miércoles (en concreto), el que cree que pagar una entrada da derecho a todo, el que degusta la cerveza y el que bebe para emborracharse…
Sentarme ante Kiko Veneno, con dos horas por delante, dejó mi mente en blanco, algo a lo que desde que soy padre, autónomo y no llego a fin de mes, no suele pasar muy a menudo. En ese impás, uno se pregunta porque «en un Mercedes blanco» es la canción que mi subconsciente me hace cantar cuando me tomo una copa de más, o porqué cuando un artista de la talla de Kiko define el reguetón y el trap como una dura elección entre la guillotina y la horca, a mí me da por pensar que «si el TRAPero va dibujado círculos por la manzana, es mejor no preguntar, porque sus letras no te van a hablar nada». Como bien dijo el maestro, la historia pondrá cada uno en su sito.
Yo, o me he hecho viejo, o echo de menos la ironía, el surrealismo, lo ecléctico, lo inesperado, la Bola de Cristal, la posibilidad de que Kiko Veneno hubiera acabado sus días jubilado tras 20 o 30 años en la Diputación de Sevilla, o qué hubiera pasado si Santiago Auserón me hubiera echado una mano a mí, o a alguno de los músicos desconocidos que estaban junto a mí, ayer, pensando vaya usted a saber…
Un detalle cambia una vida. Y esa misma vida, que se puede vivir de tantas maneras diferentes, va a requerir siempre momentos como el de ayer en el que algo, o alguien, ponga el botón de tu actividad mental en off y, sin decirlo, ni pensarlo, te dejes llevar por las circunstancias, por la música y por el cómo verás todo ésto cuando la perspectiva te regale la objetividad que ahora no tienes. Y más ahora que, como te queman, ya no tienes que pensar en tu epitafio.
Siguiente parada del ciclo el 26 de febrero con Georgina. No busquéis, porque ya no hay entradas para ninguno de los 3 conciertos restantes y eso, para un enamorado de la cultura es una señal magnífica que contradice muchas cosas que escribo cuando las otras cosas de la vida toman la palabra.
Que la fiesta siga, con cerveza, con Kiko Veneno, con buen gusto y con la curiosidad que provoca los «sold out»s.
Me encanta como has descrito el conciertazo de ayer. Hubo varios momentos en los que la piel se me erizó, oyendo las canciones de siempre, las de ahora, haciéndole los coros en vidas paralelas o con sus chascarrillos de cuando salía en la Bola de Cristal. En fin, que si, como bien dices, por un rato, me olvide de todo y disfruté con lo que más me gusta que es la música.