Nunca pensé que fuera a tener que escribir un artículo justificando el porqué de una crítica, pero es obvio que con la muerte de los grandes columnistas sin pelos en la lengua y la paulatina sustitución de éstos por el simplismo de un tweet sin remitente, el sentido último de una crítica, que no es otro que ayudar a transformar las cosas, o abrir un debate, se ha ido perdiendo.
Lo malo de esta vorágine de mediocridad es que mete en el mismo saco a quienes reflexionan antes de escribir algo y los que sueltan lo primero que les viene a la cabeza. Si os dais cuenta, hasta los otrora grandes periodistas, se han contagiado de ese fervor por las fake news partidistas o por la manida excusa de que como la gente no está acostumbrada a leer en profundidad, busco un titular grandilocuente o una foto expresiva y me olvido de desarrollar el contenido.
De todo esto, sólo se benefician los mediocres. Tanto, que hemos conseguido que las críticas no sean más que un motivo de enfado ignorando que discutir no siempre tiene que ser motivo de enojo. Lo que nos lleva a la moda del posicionamiento bajo el simplismo más absoluto de un adjetivo. Y así, si soy rojo, no puedo ir contra los rojos (porque pierdo público o amigos) y si soy facha, tengo que ser más retrógrado que el abuelo de mi abuelo, no se vaya a notar que discrepo en ciertos fundamentos.
La historia empieza en un debate político, se traslada a la calle… y llega un punto de crispación en la que sólo hay amigos y enemigos. Y justo ahí es donde los interlocutores, o los críticos, perdemos nuestro espacio.
Aquí la cuestión es que la insatisfacción es tan común, que todos queremos cambiar algo en nuestras vidas: el sueldo, la hipoteca, la ausencia de zonas verdes en nuestro barrio, las fiestas, las costumbres… Y eso, sin crítica ¿cómo se hace?
Se ha comprobado que si cada uno hacemos la guerra por nuestro lado no conseguimos absolutamente nada. De hecho, la obnubilación de un «like» dura el segundo que separa tu queja de muro de la siguiente. La historia es que si esa queja es común, hace falta un medio que la traslade a su responsable. Y eso es un medio de Comunicación. Nada que ver con esos profesionales del corta-pega y de la adulación a los patrocinadores que hoy se hacen llamar periódicos, revistas o radios.
En esa línea roja, mantener un criterio no es sencillo. Y tampoco puede uno pretender emular a los grandes periodistas atirantados de los EEUU en los años 20 y 30 del siglo pasado. Tampoco soy Cela, ni Umbral, ni escribo en «El País» de la Transición, pero con el tiempo, alicantelivemusic.com ha logrado ser un referente del mundo cultural de La Terreta. Y eso, más que un mérito personal, viene de una necesidad de cambiar un montón de cosas. Muchas, las vivo en primera persona y otras, me llegan de entre los miles de lectores que tiene la web.
A partir de ahí, entra en juego la empatía y la deontología periodística que poco tiene que ver con encontrar un titular y una foto. Dejas un margen, comentas la jugada mil veces, antes de describirla y cuando ya no ves más remedio, o visos de cambio: criticas. Los buenos receptores, se toman los artículos como un aviso de que algo falla, y los vividores ceporros que buscan poco más que embolsarse unos euros públicos: se enfadan.
Después de 15 años escribiendo artículos, uno está curado de espanto y sabe distinguir a la perfección a las buenas personas de los caraduras. Diría que ahora, por desgracia, hay más de los segundos que de los primeros, pero que no sepan asumir una crítica, no significa que vaya a dejar de escribir, igual que tampoco me voy a vender por cuatro duros como hacen otros.
Como decía un profesor que tuve «Ojalá no tuviera argumentos para escribir artículos y críticas», para mí sería un placer que todos los políticos fueran competentes, que los programadores tuvieran buen gusto, que no hubiera corrupción, ni suciedad, ni contaminación… pero si hay algo que clama al cielo en Alicante, aunque le joda a algún impresentable, estará publicado aquí.
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