Tras casi 80 días de esfuerzo colectivo, la fase 1 ha vuelto a sacar a relucir a la España cateta y ombliguista. La evidencia de que por mucho que nos vendieran un mundo mejor, es complicado cambiar algo cuando aún hay tontos capaces de tirar por la borda un sacrificio que nunca creíamos que tendríamos que hacer.
Igual el tonto he sido yo por creer que, por fin, íbamos a acabar con las 2 españas, con la ignorancia generalizada y con el egoísmo. En lugar de eso, los de derechas son más burros, los de izquierda más cerriles, los pobres son más pobres, los artistas están más crispados… y en lugar de buscar vías de escape comunes a tod@s, volvemos a encontrar un panorama de sálvese quien pueda que ya pone en duda los ERTES, sube los precios, nos llena de especulaciones, convoca manifestaciones para ensuciar todo lo que habíamos limpiado y llena las calles de gente, como si esa supuesta nueva normalidad, fuera un calco de lo que vivimos antes.
Los más inteligentes, empiezan a sospechar que, visto lo visto, seguiremos sin dar importancia a la Sanidad, sin valorar la educación, ningunearemos la cultura y seguiremos sin degustar los réditos de la autocrítica.
El cortoplacismo vuelve a cegarnos. La exigencia del mercado vuelve a acelerar los tiempos, porque mover la economía es más importante que salvar vidas, y no una nueva economía, sino esa, dependiente del turismo y la precariedad que nos ha tenido temblando tres meses. Si a eso le añadimos que los cabezas vacías de neuronas, vuelven a consumir como locos, como si no hubieran aprendido que se puede vivir sin abrazos falsos, sin cerveza, sin gritar, sin ensuciar o sin estar tan enfadados, la duda es si, todavía, con el desfogue, aparte del riesgo del repunte, vamos a agudizar otras enfermedades como la estupidez.
Porque han vuelto los vídeos de playas llenas de latas, los colapsos de los centros de las ciudades, la polémica del juego, la explotación de los que no pueden vivir sin sentirse superiores y tienen la suerte de tener colas de esclavos de la mediocridad y del consumo, que ignoran restricciones porque son de esa clase de «listos» que ponen en duda a virólogos, sanitarios, médicos y expertos de verdad, porque claro, tengo que sentarme en una terraza, no a beberme una cerveza civilizadamente, sino a emborracharme, a gritar, a levantarme sin la mascarilla, o a mearme en la esquina, porque llevo 70 días, haciendo pis en un váter, y claro, necesito volver a demostrarle al mundo, que sigo siendo un zoquete gilipollas.
El cambio ha sido uno de los alicientes que, a muchos, nos ha ayudado a soportar la cuarentena. Pero tras una semana de falsa normalidad, tengo claro que esta España de banderas, borracheras y consumismo, no tiene mucho remedio. No porque no haya ciudadanos que podrían cambiar las cosas, sino porque los cenutrios siguen siendo mayoría.
Una lástima.
¡¡CHAPÓ!!