22 muertos y más de 50 heridos (de momento) en el enésimo acto de cobardía de esa lacra llamada Terrorismo. Esta vez ha sido en Manchester, en un concierto de Ariana Grande lleno de críos de 15 o 20 tacos. Pero hace tres años aprovecharon un bolo en la Sala Bataclán de París para matar a 89 personas.
El extremismo no es más que un tipo de demencia. Y cuando el grado de esa locura sobrepasa los límites, de la humanidad reconocible, se llega a estupideces como inmolarse en nombre de Dios, o matar por la espalda por la independencia de un territorio.
Como vasco viví, durante muchos años, el sin sentido de ETA. Fueron muchas las veces que intenté ponerme en la piel de un asesino, entender sus justificaciones, saciar mi curiosidad sociológica: preguntando, tratando de buscar porqués, enfrentándome, cara a cara, con la radicalidad… y la respuesta siempre era la misma, la mentira y el ego.
En los extremismos sólo hay una manera de ver la historia, no hay matices, ni posibilidad de réplica. Todo está justificado, porque siempre hay otro que empezó la guerra. Y tú, eres una víctima, y éso te genera odio, y esa rabia es la que acaba llevando a una persona, aparentemente normal, a hacer cosas terribles.
Ellos no lo saben, porque se creen mártires de una causa perdida. Pero su paraíso es el mismo que encontraron, a la sombra, los asesinos de ETA. Su premio es desacreditar su doctrina, generar odio e indiferencia a paletos, como ellos, que buscan una escusa para desvirtuar su cultura, o las razones que seguro tienen, para luchar.
Ese es el porqué, que me llevó a pelear por la cultura. Pensar no te hace rico, pero te ayuda a saber valorar las cosas en su justa medida.
Saber es la mejor manera de matizar la perspectiva, y las creencias, que todos tenemos. Yo, he bailado con borrokas y con punkies de extrema derecha, he tomado cervezas con gente de todos los partidos, de todas las religiones y de muchos países, incluso con apolíticos y apátridas. Todos tienen un artista favorito, una canción fetiche, que podría ser la tuya, una cultura autóctona que merece ser reconocida, una foto, una creencia, una razón para discutir… y esa es la clave, convivir con quien sabe escuchar, buscar la réplica, tener empatía y capacidad de convencer, porque esa gente no suele necesitar armas.
Los disparos y las bombas son cosa de cobardes que piensan que consiguen algo matando a gente indiscriminadamente en una calle de Londres, en un colegio de Siria, en un tren de Madrid, en Irak, o en un concierto con gente a la que todavía no le ha dado tiempo a pensar si son de izquierdas o de derechas, o si son católicos, ateos, o musulmanes.
Quizá la solución sea que los grandes Gobiernos se planteasen cambiar la exportación de armas, por venta de libros. Enviar a las zonas conflictivas a profesores, en vez de militares, educar, en vez de matar y enseñar lo que es la democracia, en lugar de imponer líderes con menos cerebro que un chimpancé.
Quizá entonces, la convivencia sería más fácil y los problemas se resolverían hablando. Pero claro, en el mundo de «buscar culpables» éso es una utopía ¿o no?
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