Tras la huelga, no quise precipitarme y llevo unos cuantos días leyendo publicaciones, artículos, hilos de twitter, etc. sobre la opinión de: artistas, allegad@s y público, al respecto de la necesidad que había de hacer un apagón cultural.
Mi primera conclusión, obvia, es que, parafraseando a Pablo Casado, la Unión de Actores y Actrices de España, o quienes la representan, son unos felones. No es serio convocar una huelga de dos días y suspenderla a medio camino por una promesa. No una negociación, ni una discusión sobre mínimos… no, una promesa de…
Por suerte, el mundo de la cultura tuvo más criterio y, en general, se mantuvo el paro durante el tiempo estipulado en un primer momento.
Dicho ésto. Lo más sorprendente de todo lo acaecido antes, durante y después de la propuesta fueron las críticas de algunos artistas que, lejos de limitarse a no apoyar la causa, se enfrascaron en discusiones, pataletas, monólogos rimbombantes y otras cosas que evidencian que, si estamos así, puede que, en parte sea porque nos falta un mínimo de unidad.
Es sabido que en este mundo, cada uno va a lo suyo. De hecho, la mayoría de los artistas sólo se preocupan de unirse cuando les va la vida en ello. Pero si hay que dar la cara para pelear por un convenio digno, o para elaborar un plan a medio-largo plazo, o para enumerar exigencias y necesidades, pasa lo mismo que pasó el pasado viernes.
Indagando más allá, uno descubre que en el trasfondo de toda esa desidia está la diferencia de clases dentro de la cultura. Y aquí va mi opinión: Falta empatía y sin ella, se evidencia el manido y extendido tópico del artista vividor, bohemio y desvinculado de la realidad.
Hay muchos tipos de cultura: la elitista, la de base, la que se genera (y se consume) como hobbie. Seguramente, ni los subvencionados, ni los que tienen un trabajo ajeno a las artes y luego crean, sean capaces de ponerse en la piel de quienes no pueden ir al mercado durante el confinamiento. No porque no puedan salir, sino porque ya llevan un mes entero sin ingresar un euro, y parece que van a pasar muchos días hasta que puedan dar un concierto, representar su obra de teatro, dar un taller, contar un cuento o grabar su película. Yo, personalmente, paré por ell@s. Y sí, sé que en la situación que estamos si plataformas como Spotify y Netflix no se suman, de poco vale. Y aunque lo hicieran, podría cuestionar si es una huelga como tal, algo que no puede medirse en espectadores que no van al cine (porque está cerrado), o en libros que no se venden (porque las librerías tampoco están abiertas).
De acuerdo. Estaría bien plantear una huelga de verdad cuando esto acabe. Así, tampoco podrán acusarnos de hipócritas por primar la cultura (o comer) sobre gastarse los cuartos en medicinas, mascarillas y respiradores. Pero claro, hay medidas para autónomos, empresarios, trabajadores afectados por ERTES… pero esos que llevan un mes sin cobrar, y que tienen un horizonte negro, no pueden decir que los van a desahuciar, o que no tienen para comer.
Entonces, uno busca información sobre la vuelta a la «normalidad» y se encuentra noticias como que los teatros no van a reabrir sus tablas hasta, al menos, septiembre, que hay dudas razonables sobre la celebración de festivales veraniegos. Que cuando se abran bares, salas, centros culturales, lo harán con mitad de aforo y restricciones. Los que abran, porque se prevé, también, una oleada de bajadas de persianas de cines, librerías, bares culturales…
Entonces ¿Qué nos queda? porque nos estamos fundiendo el presupuesto público, y el movimiento del privado, va a costar menearlo. Y claro, con esta enésima crisis, se puede adivinar por dónde va a venir el tijeretazo.
En medio de todo ésto, Francia o Alemania anuncian medidas de protección a la cultura, porque es un bien primordial. Los ayuntamientos de Oviedo y Murcia, o Marzá, abanderan la lógica protección a las artes en el Estado español. Pero yo, aunque no perder un contrato es más que no tener nada, soy de los que piensa que si no hay plan, de poco valen los millones que se puedan malgastar.
Y ahí viene el debate que sin huelga no se hubiera abierto. ¿Qué necesitamos para que la precariedad y los miedos no sean una constante? Concienciación, educación, unidad… todo éso está muy bien. Pero igual hay que partir de otros mínimos: un convenio, un manual de buenas prácticas de contratación, medidas para evitar la subvención-dependencia (y que no nos llamen paniaguados titiriteros), valorar las necesidades individuales de cada «sector» pero buscar vínculos, conformar circuitos estables, apoyar a l@s que empiezan y no descuidar a l@s que van cumpliendo años.
En definitiva, se debe abrir un debate en el que participen todos los implicados. Está muy bien que el Gobierno escuche a los actores, pero hay reivindicaciones más allá de lo que la élite cultural de este país pueda sugerir y problemas que hay que solucionar ya mismo, de ahí el sentido de este apagón.
Seguiremos leyendo, escuchando y recabando información, para que cuando levanten la pandemia, podamos ver la luz.
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