Nunca es demasiado tarde (princesa), si la dicha es buena, toca Sabina y los bombines inundan las esquinas donde las monteras se suelen llenar de arena… Por una vez, los cuernos no vinieron de animales que sangran. Un cínico predicador con bastón y su cuadrilla de veteranos de Guerra abarrotaron la plaza el sábado.
Sentados los piratas cojos y las magdalenas, y como premisa un rotundo «lo niego todo» al final del camino, una foto de Chavela y el whisky que nunca te bebiste bajo las luces rojas que jamás viste de cerca.
El costumbrismo tiene menopausia, acento atlántico de Úbeda, pose de madrileño del siglo pasado, pantalón rojo y calcetines del color rayado de los inquilinos de las celdas. Como escuderos Pancho Varona, Antonio García de Diego, la alarma que tantas veces delató a Manolo Tena, Jaime Arsua… y el morbo que da el sexo que no tienes «porque ellos no quieren».
La épica se escribe de noche. Y aunque los ojos del maestro no divisen la luna, hay versos eternos que mantienen vivo el recuerdo de mi abuela haciendo borrachuelos cantando la del «Bulevar de los sueños rotos» en versión cocina. Pero antes, de primero, hubo entrantes con lágrimas de mármol, postdatas y otras novedades de su último disco publicado este año.
Luego recordó a Serrat y a sus razones catalanas (que no independentistas), a Jose Alfredo, a los tiempos de Londres, de la Mandrágora y al sabio delegar de quien no deja que los cubatas se agüen, ni que los amigos se alejen, ni que las coplas se pasen de moda.
Y con las masas calientes (y de pie), ya sin cojeras, ni remilgos, sacó a pasear el pasado reinterpretado (cada uno a su manera). La letra es la misma, pero cada uno lo representa a su manera. ¿dónde te dieron a ti las 12 y la una? ¿dónde se te apagaron las luces? ¿cómo se llamaba en realidad tu Magdalena? ¿y tu princesa?
La mía estaba a mi lado, contándome historias de otros tiempos mientras yo me preguntaba si las pastillas para no dormir se pueden mezclar con Ginebra. Después, la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido. No sé si nevaba en Madrid, ni como estaría la sierra… Pero en el camino a casa, Alicante olía a poesía y éso no pasa tan a menudo como me gustaría…
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