La historia es el único filtro fiable para juzgar, en su justa medida, las acciones presentes. Vivimos tiempos malos para la lírica, para la perspectiva y para las revoluciones. Curiosamente, se cumplen 10 años del 15M y aunque da la sensación de que el establishment ha cambiado, tengo la sensación de que en el canje hemos salido perdiendo casi tod@s.
El control sigue siendo de los mismos, pero sus herramientas son mucho más potentes. Nos mantienen tan ocupados, que es difícil pararse a pensar en las consecuencias de nuestros actos y por eso, aquellas cartas (como esta) que reescribíamos antaño y copaban cientos de papeleras llenas de dobleces de errores, quizá, no tan reseñables como nuestra autoexigencia conceptuaba, son ahora tweets, vídeos cortos de instagram o selfies con una nada maquillada de fondo.
Sin filtros y fuera de un contexto determinado, nos encontramos una maraña de tonterías que desvirtúan la realidad. Y en ese caos, la mediocridad se impone y confunde conceptos como «libertad», «revolución» o «cambio». Y eso, en la mente moldeable de un adolescente que lleva demasiado tiempo encerrado es una bomba de relojería.
Hoy en día, parece que nos valga más una imagen que un análisis certero. Obviamos la importancia de la fuente y por ese camino del despropósito, hemos perdido los referentes morales/éticos/políticos/periodísiticos… y con ello, la capacidad de discernir realidades diferentes, dentro de un mismo momento.
Lo de «me fio de lo que veo» era efectivo hasta que llegó el Photoshop. Las estrategias inocentes de publicidad, hoy, son bombardeos (de más de 6 horas de media) en las redes sociales. Pagamos con el móvil, compramos con el móvil, nos comunicamos a través del móvil, buscamos plan y socializamos a través del móvil, ligamos con el móvil… saben donde encontrarnos, pero eso sí, dejan que nos congratule pensar que somos independientes y diferentes, pensar que ya no dependemos de medios envejecidos o de colectivos, mientras nuestros derechos se discuten en el matiz de una ley y nosotros nos acomodamos a conspiraciones que van de la mano de esa estupidez que nos hace acreedores de la verdad absoluta más falsa de todas: la ignorancia.
Mi abuelo decía que conocía demasiados estúpidos con carrera. En mis tiempos, la universidad era el epicentro de la crítica y las movilizaciones. No digo que hoy no lo sea, pero en mis últimas visitas a las aulas, veo más miradas a los móviles que tertulias de mus o a alumnos más pendientes de reventar conferencias que de sentarse a escuchar. Y así, es demasiado difícil aprender a ver lo que pasa con esta sobreinformación (falsa).
Quizá por eso, en el tránsito cansado de la rutina, acabamos viendo lo que queremos ver, usando un camino, en este acertijo llamado vida que tiene cientos de vías diferentes que seguir. Pero estamos tan preocupados por avanzar, que se nos olvida que necesitamos una brújula que nos indique hacia dónde debemos echar a andar.
Son las 00.53h del domingo 9 de mayo. Estoy asomado al mismo balcón donde hace unos meses hacía un ejercicio de conciencia y convivencia aplaudiendo a los sanitarios. Los que me acompañaban, están en frente mío reflexionando, como yo, sobre qué clase de libertad es esta que no tiene conciencia, ni pasado, ni futuro… o que no mira a las consecuencias.
Yo, también, me encabrono viendo vídeos de adolescentes borrachos, pensando en si realmente creen que salir de botellón a celebrar el final del toque de queda es un gesto de sublevación. Pero, también, entiendo el simbolismo de salir a las 00.00h, bailar o beber. No tiene que ver con el olvido como tal, pero quizá sí con las ganas de pasar página que todos tenemos.
Imagino que me estoy haciendo viejo y, a estas alturas, me jode ir acumulando ocasiones perdidas para cambiar las cosas. O igual es que lo que yo pienso de los chavales de hoy, lo pensaban de mí mis padres cuando decían que el 15M era una reunión de borrachos, o mis bisabuelos, cuando creían que el mayo del 68 era otra chiquillada.
Nunca abro Instagram, porque me enfurece ver que el resumen de la vida de la gente es eso. Creo que la crispación de la mayoría es comparar sus vidas con esa sucesión de comilonas, abrazos, conciertos y compras chick.
Apurando la cerveza que me estoy bebiendo para celebrar esta nueva realidad, me pregunto qué tendrán en común las ideas que pasan por mi cabeza, lo que piensan los críos que hacen botellón o los viejos que los critican sin ponerse en su piel.
Razones para sublevarnos creo que tenemos, de sobra, tod@s. Pero es difícil que las encontremos sin levantar la vista de la pantalla del móvil, sin recuperar la (auto)crítica, sin despertar exigencias olvidadas en los referentes que elegimos.
Es fácil ver y aspirar a determinadas cosas. La depresión viene de no darse cuenta de que sólo, uno llega hasta donde llega y que estamos tan acostumbrados a no pedir ayuda, que cuando realmente la necesitamos, se nos han olvidado normalidades como la buena vecindad o las sinergias. Y, a veces, hay que tomarse un par de copas para empezar un debate, porque las celebraciones también son necesarias después de todo este hastío acumulado.
Y no es una cuestión de ser comunista o ser facha, sino de cómo el hecho de pensar de una manera afecta a mi vida y a mi entorno. Si estuviera orgulloso de todo lo que soy, y de lo que creo ver, no estaría haciendo esta reflexión. Y ¿sabes qué? creo que a ti te pasa lo mismo, aunque tu pensamiento, o tu edad esté a años luz de la mía.
Creo que si mi vieja aspiración de ser profesor se hubiera cumplido, ahora mismo estaría preparando una clase diferente. Una semana sin mates, ni literatura, ni medias para selectividad. Necesitamos un debate, pero carecemos de foros donde llevarlos a cabo. Pero no, hoy en día es más importante las monedas que tienes en el banco que las neuronas que tienes en el cerebro. ¡Así nos va!
No hay que ser muy listo para saber que la historia nos definirá como una sociedad con tanta prisa, que se olvidó de frenar para ver y analizar lo que estaba pasando. Hace un rato, he visto el capítulo de los Simpson en el que Bart condensa todo una lista de quehaceres veraniegos en un día: un beso, un partido de beisbol, ir a la playa… todo en 10 segundos, sin disfrutarlo, pero con selfie (si Groening lo hubiera escrito hoy).
Así lo veo hoy: ha sido un año de mierda en el que en vez de pensar hemos visto series. El cambio se personaliza en votar a Ayuso y salir de cañas. Vamos a celebrarlo hoy, como si no hubiera más días para hacerlo. Y en lugar de sacar conclusiones, vamos a seguir con esta vida más centrada en recuperar cosas que nunca tendremos, en lugar de inventar cosas que nos mejoren la existencia.
Ahhh, y no te quejes. Sonríe y sácate un selfie, o haz un baile para Tiktok y pásate el resto del día esperando comentarios y «likes». Algún día serás un gran influencer. El problema es que igual no tienes nadie a quien influir. O igual que la risa es más importante que lo que te hace reír y estás tan acostumbrado a hacerlo, que ya no sabes ni porque lo haces.
El sabio Wilde decía que «formar parte de esta sociedad es un fastidio, pero estar excluido es una tragedia» y lo dijo sin conocer Instagram, ni Twitter, ni todo lo que yo pueda criticar. Entiendo que la crítica a lo diferente nos obnibule, pero toda realidad necesita alicientes, y lo malo es que si el aliciente es el simplismo más absoluto encarnado en tomarse dos copas, algo está fallando.
Qué? Habrá que discutirlo, si es que algún día tenemos tiempo para hacerlo… Es obvio que hecho de menos la noche, no para emborracharme, sino para no tener prisa…
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