El viernes Carlos Peñalver fue detenido en la puerta de La Concejalía de Cultura de Alicante por reclamar pacíficamente un lugar dónde ensayar. La versión «oficial» dice que pasó la noche allí, que increpó al Concejal y otras memeces. Pero, la realidad, es que el tipo, se fue allí a las cinco de la mañana del viernes, con una pancarta en la que hacía evidente su malestar y siete horas después, tras una llamada de Antonio Manresa, cinco agentes de la Policía Nacional lo detuvieron. Cinco armarios contra un bailarín, que supuestamente, arañó a uno de los esbirros, pasó el día en el calabozo y ahora se le reclaman 1200€ de multa.
Mientras, cada día, en la puerta del viejo Ideal, ataviado con crespones negros, recogen firmas para la protección del Cine.
Más allá de la detención en sí, o del valor real de las firmas, lo que me llama la atención es que con la que está cayendo, la cultura permanezca impasible, callada, insolidaria y, sobre todo, quieta. La pataleta inútil de las Redes Sociales, la Ley Mordaza y el narcótico mental, han agilipollado a la gente. Hubo un tiempo en el que ante una injusticia, las masas se movilizaban y se enfrentaban a policías, políticos o cualquiera que se pusiera delante. Si detenían a uno, salía todo el pueblo a ponerse delante de la comisaria a liarla parda. Si trataban de convertir en un hotel un emblema patrimonial de mi ciudad, lo ocupábamos, o nos encadenábamos, o presionábamos al político o al propietario, hasta que se le quitara la idea de la cabeza.
Pero Alicante no. Ésta es «la ciudad del lamento después de…» la que ensalza las cosas cuando ya no están, mientras permite con su silencio y su inoperancia que políticos dilapiden fortunas en afear nuestro entorno, que se tiren parques, fuentes y edificios con historia, que las joyas de la cultura emigren porque aquí, a pesar de los buenos mimbres y los espacios disponibles, nadie apuesta por ellos. Y los jóvenes se aburren, o sólo tienen imaginación para idear botellones en el Cabo, en plena pandemia. Y sale la sentencia del ZAS y nos callamos, y aceleran los trámites para tirar el Ideal… y callamos, y se van el Spring, el Low o el Marea… y callamos. Y si congelan las pensiones que algún día todos cobraremos… dejamos a los viejos solos, y si no exprimen las capacidades de Cigarreras, de la Lonja, de los Centros Culturales… nos callamos, también. Y si destrozan o ignoran nuestro barrio, silencio… Y cuando no nos ofrecen un lugar para ensayar, dejamos que detengan a un bailarín y nos callamos.
Y, de tanto callar, nos olvidamos que la protesta es un derecho. Igual que el acceso a la cultura, que comer, que tener un techo digno o pensar que el mundo podría ser mejor si todos los que pensamos igual nos uniéramos.
Pero claro, ellos lo hicieron tan bien, que nos creímos que la individualidad solucionaría algo. Y así fue. Una llamada y cinco policías callan a una persona. Pero a las cinco mil que nos leéis en silencio cada día, quizá no sería tan fácil frenarlas. A ver si conseguimos que en lugar de que defendáis lo poco que os queda, luchéis, de una puta vez, por lo que, en realidad, merecéis tener. Y en la siguiente protesta, que, al menos, se escuche la versión real de lo sucedido, porque la víctima está, al menos, un poquito acompañada.
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