Lo mejor de ser padre es que, en cierta manera, tú, también, vuelves a ser un niño. En parte es por el fuerte vínculo que tienes con tu hija. Y, también, tiene mucho que ver, todos los miedos que éso implica.
De tanto querer ver con sus ojos, o enseñarle a dar sus primeros pasos, uno consigue poner su contador a cero y vivir todas esas cosas cotidianas como si fuera la primera vez que las hace. En realidad, es tu mente la que desatasca recuerdos sepultados por un montón de tonterías que no valen para nada. Pero cuando ves a tu hija comer un aguacate, o una cebolla, o ponerse perdida con un pedazo de sardina… te retrotraes al momento que tú lo hiciste, o desarrollas una vía empática que te permite experimentar la sensación que ella puede estar teniendo al descubrir el dulzor, la acidez, o la parte de juego que todo tiene.
Ayer fui, por primera vez desde que soy padre, a Llibres Chus. Con esto del Coronavirus no se pueden dar abrazos ni besos, pero hay muestras de cariño que no requieren un contacto.
Cuando vuelves a ser niño por un rato, todo lo que ocurre a tu alrededor es trascendente: ¡cuanto libro! ¡Huele a historia! ¿cuántos niños habrán estado aquí? ¿Cuántas vivencias habran ido y venido? ¿Quién narra el cuento de lo que aquí pasa?
Chus hace de cicerone: – Dejad el carro aquí y seguid las flechas del suelo – más que un protocolo de seguridad, parece el principio de un cuento. En el patio espera Cristi y un par de familias que se nos han adelantado. – ¿Cómo te llamas? – Cada silla lleva un nombre. Vamos tomando asiento mientras llegan los que faltan.
Hoy la sesión va del sol y la luna. O: Lorenzo y Catalina, los que se quieren aunque nunca coincidan. Apliclable a la vida de padre, y de madre.
Hay una diferencia ostensible entre ir a un cuentacuentos por vicio, o porque eres padre. La implicación es diferente: tienes que cantar, tienes que gesticular (aunque lleves mascarilla)… Bueno, en realidad, quieres gesticular con tu hija, cantar con tu hija, jugar con tu hija, interactuar con el resto de niños… y en un momento dado, los padres nos convertimos en los niños y empiezas a dudar si estás allí porque querías llevar a tus hijos, o porque tu cuerpo necesita actividades que te saquen de la rutina.
Hay cosas que los libros de pedagogía, y toda la autoayuda típica del progenitor no cuentan. Los vínculos no están escritos, pero se incentivan. No hay sol, ni luna… o, tal vez, aunque sea imposible, coinciden, aunque sólo sea en el escenario.
Yo, obviamente, quiero que mi hija tenga una atadura eterna con la cultura. Quiero que las figuritas, las canciones o los enlaces de Cristi, Alberto, Vicky, Héctor, Margarita, Chus… la lleven a otras cotas mayores, y que tenga criterio, e imaginación y capacidad para comportarse, y adaptarse.
Como veis, ya soy un padre al uso, preparándose para el chasco, o la virtud, de que tu hija acabe haciendo lo que le salga del coño.
Pero como para éso queda mucho tiempo, después del merecido aplauso a la artista, invertimos en 3 libritos para las vacaciones y nos apuntamos en nuestra agenda los próximos «érase una vez» a los que iremos.
Esperemos que sin mascarilla, por eso del contacto y las muecas, y con el patio lleno de vida, como ha estado siempre. Porque hay cosas que no se aprenden en la escuela. Y como, tanto padres e hijos queremos seguir aprendiendo, vamos a seguir contribuyendo a que los cuentacuentos coman, inventen y nos entretengan muuuuuuchos años.
Colorín Colorado, esta aventura, ya ha empezado.
Deja una respuesta