Parece simple, porque es el fin máximo de la mayoría de los (y las) mortales: tener un fin de semana libre.
En mi caso, no había sido posible desde hace más de cinco años, el tiempo en el que esta bendita web: tan seguida, tan amada y tan criticada, ha sepultado gran parte de mis aficiones, de mis rutinas y mis hobbies raros, para que nada se quedara por contar.
Ni siquiera en vacaciones he desconectado del todo y siempre ha habido un vistazo a si esto se ha publicado, si me he perdido alguna hecatombe, alguna foto, alguna noticia, algún evento importante en el tintero.
No sé a vosotr@s, pero a mí me está viniendo bien esto de respirar, de ver más allá de Alicante, su cultura, su incultura, sus déficits y sus fobias. Para juzgar uno necesita perspectiva y autocrítica. Y hace tiempo que no tenía tiempo ni para lo uno ni para lo otro. Ni para tocar el piano, ni para escribir sin pretensiones, ni para repasar las conexiones entre poemas ajenos y propios.
Entre el periodismo y la militancia hay una persona que necesitaba aire. Y curiosamente, lo ha tomado cuando más cerradas están las ventanas, cuando el contacto está casi prohibido y las calles están vacías.
Se ha tenido que vaciar la cartelera para valorar lo importante que es pararse a mirarla. Y al margen del bien evidente, creo que bueno va a ser también para el que me lee. Ayer, incluso, me permití el lujo de alargar el periodo de descanso, para formarme, conversar, beberme una cerveza artesana y jugar con mi hija con el wifi apagado y la mente en standby.
Había olvidado que hay entretenimientos que no se pueden agendar y que hay satisfacciones que no se pueden juzgar.
Lo haré más a menudo, ahora que me he dado cuenta de que, aunque lleve años haciendo el trabajo de 6 o 7 personas, sólo tengo una vida y mis días, como los tuyos, tienen 24 horas. Aparte de descanso mental, se nota que hasta he dormido. Y no digo que lo siento, porque mentiría.
Deja una respuesta