Esta mañana el Low Festival ha ratificado una evidencia que el FIB, el Primavera, el BBK, el Azkena… llevaban semanas costatando. Salvo contadas excepciones (como el Jazzaldi, o el Festival de Teatro Clásico de Mérida), tras 30 años de vacaciones con música, este año nos tendremos que buscar una alternativa.
Tanto hablar del fin del boom de la burbuja de los festivales y ha tenido que llegar el Covid-19 para reventarlo todo.
En fin, los más avispados, ya están ideando inflexiones en autocines, shows elitistas y otras locuras que seguramente engancharán a todos esos adeptos que se han quedado huérfanos de plan. Pero nos llama la atención que en todo el engranaje turístico que se ha empezado a poner en marcha con la fase uno, nadie, o casi nadie, haya tenido en cuenta la música, o el teatro, como una alternativa para atraer «excursionistas».
Es obvio que hay un acojono inevitable con la amenaza de repuntes y el inmovilismo que puede paralizar a gran parte de la población. Pero a un gobernante hay que exigirle imaginación e igual que se están ideando APPS para repartir los trozos de playa, habría que habilitar espacios para exhibiciones artísticas (de hasta 200 espectadores, por ley) y guardar un poco del presupuesto que no se va a gastar en promoción turística en el exterior (por ejemplo) para llenar de música, teatro, danza, circo… las calles, las plazas, los castillos, los museos o las playas de nuestro entorno.
Artistas parados y predispuestos hay miles, así que no estaría de más ponerse a ello y que a las cojas programaciones estivales habituales, se le inyectaran argumentos para que toda esa masa festivalera, tuviera una alternativa que ayudara, ya no solo a llenar los hoteles, sino a incentivar el turismo, a reavivar el comercio, a fomentar la cultura y a que los colectivos culturales locales de cada zona no se murieran de hambre .
España necesita quitarse el miedo, y la cultura puede ser un buen principio para conseguirlo.
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